Con unas botas sin suela y un sombrero trasnochado, mis ilusiones y yo nos fundimos en una pluma que siempre había estado raquítica.
Diez Guinnes, cuatro Miller, cuatro Carlsberg Export, cuatro días, dos sombreros, una Stella, un cuaderno de notas echando humo y cien canciones de Creendence Clearwater Revival.
Lata volcada de Cocacola. Tierra empapada. Burbujas que estallan contra el asfalto. Esa magia.
Aquí estamos Daniel Quinn, Charles Foster Kane, Esteban y yo partiéndonos la caja con latas de Guinnes del ASDA y con la puta música de The Powerpuff Girls de fondo. En los bares no nos quieren.
Niña ya grande que mira el globo que despreció, reclamó, pinchó e infló, mientras éste surca el cielo, abre las nubes, vuela alto y deja que se refleje la luz suave y dorada del sol sobre su silueta.
Era noche cerrada, la luna cercada vaticinaba lluvia y nos guardaban de la vista en claroscuro rosas y azucenas. Mi inocencia suave se enroscaba tímidamente en tus caderas y tú forcejeabas conmigo segándome, golpeándome con tus dientes, mordiéndome con las uñas, hincándome la piel, animal herido reprendido demasiadas veces desquitándose de la vida, arrasándome.
Maya Angelou gusta de cocinar galletas amorosamente horneadas para repartir entre los Elegidos de Matrix.
El borracho-man que termina la noche mojando pan en su aguado cubatazo de hielo.
Una ambulancia rojiluminada de azul limpia las olorosas calles del ferial.
Una bailarina en pleno vuelo. Mira abajo, a sus pies, y descubre un trocito del tacón roto sobre el linóleo negro. Ya es tarde. Adiós, sueños.
Cloto y Láquesis balancean el hilo de tu vida. Átropos, risueña, se sube las faldas para saltarlo a la comba. El Carro de Apolo, leré.
Luz que llena de estrías la ciudad y culmina arañando el cielo con fuegos artificiales.
La cámara enfoca la imagen desoladora de vías de tren pobladas con cuerpos mutilados de más de doscientos hombres. Una mujer con pamela, vestida de rojo y blanco, atraviesa el infierno de pie.
Puré de uvas para la abuela. Ramón García en la pantalla. Burbujas doradas en la botella.
Lenguas que se pierden bajo las sábanas, buscan huidizas, lenguas negras en la noche de los sexos.
El vaho oculta la estancia, pero suena el agua. Suena y forma un remolino, gira, gira, abraza a la sangre y se pierden en la inmensidad del sumidero.
Una excursión de escarabajos peloteros que emprenden excursiones por tu pecho. Cuesta arriba. Cuesta mucho.
Una cuchara fría que me agita levemente la boca de la memoria. Una polea negra que tira de los restos de mi identidad. Eso queda de ti en mí.
Era noche. Fría, poderosa, insondable. Tango en las candilejas. Vago rumor de silencio surca las calles. Huelga de almas. Sólo las sombras se besan, de miedo, bajo las farolas.
Mi sombra sonríe, mi sombra juega, mi sombra bromea, mi sombra canta, mi sombra ríe, mi sombra es valiente , mi sombra anima, mi sombra es fuerte, observo receloso.
Señoras que utilizan novelas de Bolaño para alcanzar a regar las macetas sobre el armario.
Mis enemigos sentados alrededor de la mesa. Se sacaban los ojos y me los tiraban a la cara.
Voy siguiendo el reguero de hojas muertas por toda la ciudad.
Tu fantasma entre la lluvia. Sujetando ya sin fuerzas un estropeado paragüas rojo.
El internauta observa con ojos temblorosos y el corazón en la boca la luz del router que, sin avisar, se vuelve roja. Entonces, muerde.
Una espada en mis entrañas. Gotean desde el filo palabras estreñidas, sentimientos, que devora un suelo de arenas movedizas.
Aprieto más. Tú me ayudas. Sale esto.
Ojos de 23 años llenos de una apropiada e inoportuna tristeza mirándose a sí mismos con ternura.
Una niña rubia observa con los ojos abiertos de par en par el escaparate de una tienda de pelucas y se plantea por primera vez la vida y la muerte. No se mueve, no pestañea.
Bolsa del Mercadona volando en un tornado de cáscaras de pipas. Spanish Beauty.
22 de noviembre de 1963. Dallas. Dealey Square. 12:30 pm. Un koala de ojos azules con un rifle.
Padre de familia que canta Satisfaction cada sábado por la mañana mientras limpia. Su mujer y sus hijos le sonríen condescendientes cuando pasan por su lado. Él llora sobre el Cristasol.
Los galanteos de una trompeta callejera te exprimen las lágrimas que tiñen de sueños frustrados un gastado libro de Quiroga.
Ruinas romanas en el centro de Córdoba. La momia madre abraza a su hijo. Como una leona.
Coincide su silueta exacta con la del hombre del vagón del otro sentido. Se perfilan y coincide la mirada difuminada.
Polvo de oro en los pulmones de un fallecido minero, abiertos de par en par sobre la mesa de autopsia.
Stephen King anuncia la contranovela de Guerra y paz: más larga, más psicológica y mejor escrita.
Mansión de lujo a las afueras. Dinero que no compra nada. Vestido de fiesta que te hace invisible. Y el viento sopla fuera como un ventilador gigante.