Dos androides apalabran la cópula entre sus dos sirvientes humanos y el porcentaje de crías que ganará cada uno tras el parto.
Descansa en la mesa el transparente vaso cementerio de la creatividad sufrida, cincelada en café en sus paredes, apilada dentro en una montaña de cenizas donde agoniza una última colilla.
Te encanta este mundo: políticos que trabajan sin cobrar, jueces que desenmascaran y castigan al culpable, policías que protegen al ciudadano a todo coste, se trabaja y se estudia por y con placer, ladrones que sólo roban besos, gente que se enamora de interior de las personas, la meta en la vida es la felicidad.
Qué bonito.
Ahora vas y te despiertas.
Una rica llora en su particular funeral de lo que ella considera la dignidad, yendo enterrada en joyas, por última vez, a un Compro Oro.
Treinta pescadores fantasmas. Treinta en un bote a remos. Treinta triunfos en blanco y negro.
Cuando entra la pelirroja se desabotonan las bocas de trescientos sementales descosidos. La música se acompasa a sus tacones y se recomponen ojos licuados en copas de vino. Ella, sabedora, desnuda lo único puro que tiene en su tiránica sonrisa, y aun así, uno solamente quiere escalar hasta sus opresivos gemelos firmamentos.
Hipnotiza su falda, yugo narcótico de la mirada, entre vaivenes.
Incluso se inclina la cancerígena neblina cortés ante su paso.
La suela de la zapatilla volando hacia una futura mosquimancha de sangre en la pared.
Un cerco, una señal de agua sucia en el alma que, una vez, hace tiempo, estuvo inundada de amor.
Escribir, caminar entre desiertos de clavos con zapatos de algodón mirando cordialmente al sol.