Yo. Y la música en repeat. Arañando.

Una excursión de escarabajos peloteros que emprenden excursiones por tu pecho. Cuesta arriba. Cuesta mucho.

Una cuchara fría que me agita levemente la boca de la memoria. Una polea negra que tira de los restos de mi identidad. Eso queda de ti en mí.

Era noche. Fría, poderosa, insondable. Tango en las candilejas. Vago rumor de silencio surca las calles. Huelga de almas. Sólo las sombras se besan, de miedo, bajo las farolas.

Tose sangre.

Mi sombra sonríe, mi sombra juega, mi sombra bromea, mi sombra canta, mi sombra ríe, mi sombra es valiente , mi sombra anima, mi sombra es fuerte, observo receloso.

Señoras que utilizan novelas de Bolaño para alcanzar a regar las macetas sobre el armario.

Sentarse en un banco de niebla.

Mis enemigos sentados alrededor de la mesa. Se sacaban los ojos y me los tiraban a la cara.

La cáscara del huevo se agrieta y cruje progresivamente al contacto con el suelo.

Voy siguiendo el reguero de hojas muertas por toda la ciudad.

Voy recitando las cuentas que dejan vuestros pecados.

Cyrano y Rossy de Palma se dan el lote sin necesidad de cirugía.

Tu fantasma entre la lluvia. Sujetando ya sin fuerzas un estropeado paragüas rojo.

El internauta observa con ojos temblorosos y el corazón en la boca la luz del router que, sin avisar, se vuelve roja. Entonces, muerde.

Una espada en mis entrañas. Gotean desde el filo palabras estreñidas, sentimientos, que devora un suelo de arenas movedizas.
Aprieto más. Tú me ayudas. Sale esto.

Ojos de 23 años llenos de una apropiada e inoportuna tristeza mirándose a sí mismos con ternura.

Una niña rubia observa con los ojos abiertos de par en par el escaparate de una tienda de pelucas y se plantea por primera vez la vida y la muerte. No se mueve, no pestañea.

Bolsa del Mercadona volando en un tornado de cáscaras de pipas. Spanish Beauty.

22 de noviembre de 1963. Dallas. Dealey Square. 12:30 pm. Un koala de ojos azules con un rifle.

Un hilo blanco se derrumba sobre el suelo.

Padre de familia que canta Satisfaction cada sábado por la mañana mientras limpia. Su mujer y sus hijos le sonríen condescendientes cuando pasan por su lado. Él llora sobre el Cristasol.

Los galanteos de una trompeta callejera te exprimen las lágrimas que tiñen de sueños frustrados un gastado libro de Quiroga.

Una perígrafe.

Algodón de azúcar verde con pequeñas ciruelas doradas.

Ruinas romanas en el centro de Córdoba. La momia madre abraza a su hijo. Como una leona.

Coincide su silueta exacta con la del hombre del vagón del otro sentido. Se perfilan y coincide la mirada difuminada.

Los Dos Hermanos hacen una lucha con soldados de migas de pan.

Sábanas tersas. Manos arrugadas. Alcanzar el orgasmo.

Polvo de oro en los pulmones de un fallecido minero, abiertos de par en par sobre la mesa de autopsia.

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